de Luis Enrique Pereira Brenes

Reseña

Horcón es un pueblo de pescadores en la región litoral de Valparaíso, Chile. Hasta aquí es el dato frio de la cartografía que uno consulta antes de elegir un destino turístico, pero en estos relatos Horcón es mucho mas que un dato frio. Allí hay un puente de los Deseos, y en estos cuentos, da la sensación que ese puente se convirtió en trampolín para saltar hacia sueños más grandes. De hecho, es un lugar especial para el autor.

Escribir tiene una suerte de doble encanto, por un lado es la tarea creativa, liberadora de emociones que nos lleva a expresar en palabras eso que bulle adentro; pero luego hay un punto mas complejo que se trata de abrir esa escritura para soplarla sobre los lectores, compartirla. En este caso el libro nos va metiendo palabra a palabra, en hechos reales, colectivos, personales, mágicos.

El prólogo ya nos anticipa, en la palabra de la Lic. Gianina Quesada Alvarenga, que habrá un fluido ida y vuelta entre el autor y el lector, a través de sabores, olores y saberes que combinan y dan forma a cada relato.

Las inspiraciones que le han servido de disparadores al autor, son tan variadas como potentes: Pedro Lemebel, Virginia Woolf y Laura Esquivel. Autores de diferente concepción estética, distintas épocas y lugares; esto nos remite a esta capacidad frente a la investigación de lo diverso que posee naturalmente Luis Enrique Pereira Brenes.

Las semillas de sus escritos en cuadernos que constituían sus mundos de fantasías y sabores, Irconac, un lugar creado por él y la Orden de la luz. Evidencias de su cercanía al género fantástico, tal parece que es el lugar donde su creación tiene una gran oportunidad.

En su enorme sensibilidad, este autor posee la capacidad de despertarnos a una sensorialidad que enriquece el texto, y lo acerca a todos los lectores, de cualquier edad.

Aquí aparecen cuentos de batallas fantásticas, junto con crónicas de una época extraña para la humanidad, como fue la pandemia covid-19.

Hay relatos de profundo amor, algunos mas cargados de erotismo romántico, otros mas densos y oscuros; pero en todos se mantiene ese estilo estético de belleza y delicado colorido.

Me gusta la capacidad de unir mundos dispares, derribar fronteras, escribir de la misma forma mixturada que habla en su cotidiano. Algo tan difícil como humano esto de mantener la lengua a través de las distancias. En sus dichos están las raíces, pero a la vez despliega la capacidad de incorporar, como buen cocinero, otras expresiones para invitar a descubrir culturas cercanas o distantes. Une tiempos, tradiciones, edades, trasgrede con amor y se muestra, para invitar a otros a esa libertad de ser y hacer.

El amor por los lugares, por los animales, la comida, el compartir. El amor por sus seres queridos y los que va sumando.

Destaco la observación que hace de lo doloroso sin quedarse detenido frente a ella, la expresa, la atraviesa, la denuncia sin violencia, con puro amor.

Este tiempo que nos invita a “masticarlo lento” es un viaje a través de multitud de imágenes, estímulos, colores, tonadas, abrazos y lengüetazos de perros que son familia, todo el libro es una invitación a compartir, un aroma a café, un sabor dulce.

Al final escribe una breve reseña de sí mismo con la sencillez de un ser libre en su felicidad de darse. Y una play list de su música que lo dice todo de él.

La música que escuchamos nos define, pero en este caso les asombrará encontrarse, nuevamente, con esa diversidad de tiempos, espacios y formas que Luis Enrique Pereira Brenes expresa con tanta naturalidad.

Simplemente digo: lean este libro, por favor, mastiquen despacio cada palabra, sientan cada sabor, recorran esos lugares, vibren en esos colores, jueguen en su literatura fantástica, y sobre todo disfruten mucho. ¡Gracias!

 

Irene Acosta Alfonzo