CULTURA TELAM – (Por Claudia Lorenzón) Con su novela «Las indignas», Agustina Bazterrica vuelve a un universo distópico protagonizado por mujeres que, luego de un apagón universal donde el mundo ha colapsado, hallan como único refugio una secta que impone como forma de salvación la flagelación de los cuerpos, entregados a una deidad: «Llevo a una escala pequeña lo que el patriarcado hace a escala mundial: logra que las mujeres sean esclavas de paradigmas hegemónicos de belleza», dice la autora.
La obra transcurre en un futuro diezmado por catástrofes ambientales, y de lo poco que ha quedado en pie se erige la Casa de la Hermandad Sagrada, dirigida por la Hermana Superior que responde al poder de un hombre, oculto, al que se le debe veneración. De esta perversa dinámica será testigo la joven protagonista que escribe con su propia sangre cómo transcurren los días en ese lugar, organizado por jerarquías, donde las mujeres viven sometidas a la naturalización de rituales siniestros que llegan a asumir como un destino de placer.
Autora de la premiada novela «Cadáver exquisito» -donde el cuerpo termina siendo objeto de consumo humano-, Bazterrica se adentra nuevamente en la literatura de terror para abrirse a metáforas de un presente que aparece como irredento, aunque no deja de imaginar salidas luminosas, en esta obra editada por Alfaguara. «Trabajo con el mal, con la crueldad, pero también con lo que para mí es la fuerza vital más importante: el amor, aunque nunca se nombra la palabra en toda la novela», afirma en diálogo con Télam.
– Télam: ¿Cómo surgió esta novela que tiene que ver con educar en el imperio de la agonía?
– Agustina Bazterrica: El germen de la novela surgió en 2018 cuando viajé a la Feria del Libro de Cusco y fui al Monasterio de Santa Catalina donde tienen un patrimonio de arte cusqueño importante. Son los Ángeles Arcabuceros, guerreros alados dotados de armas de fuego y ricamente vestidos. Ese día en el Monasterio casi no había turistas y me impresionó que estaba ambientado como si las monjas siguieran viviendo ahí. Recuerdo entrar a una sala y ver a una monja rezando, sentí un escalofrío, algo siniestro hasta que me di cuenta que era un maniquí. En ese momento, fue cuando se me cruzó la idea de escribir algo sobre un monasterio y mezclarlo con mi etapa en el colegio de monjas alemanas.
Me inculcaron la creencia del Dios católico, en su imagen menos bondadosa. Se pregonaba el amor al prójimo, pero la realidad que yo viví ahí fue muy distinta. La estructura ideológica era opresiva, de disciplinamiento y obediencia, nos educaban en el imperio de una agonía mental porque siempre estabas vigilada, por un Dios vengativo, por tus compañeras, profesoras o monjas. Permanentemente estabas sospechada, porque siempre podías cometer un nuevo pecado. Por decreto eras indigna y por esa convicción debías ser juzgada. Aunque finalmente escribí sobre una secta en un mundo devastado, la base es mi experiencia con ese tipo de catolicismo.
– T:¿Qué disparó esta idea de un espacio donde las mujeres son víctimas de personas desquiciadas que se regodean en el sufrimiento y que las terminan contaminando a ellas mismas con prácticas de autoflagelación?
– A.B:¿No es desquiciado que en el Siglo XXI haya personas que sigan pensando que las mujeres valen menos? En la novela llevo a una escala pequeña lo que el patriarcado hace a escala mundial. El sadismo del patriarcado logra que las mujeres sean esclavas de paradigmas hegemónicos de belleza que son imposibles de alcanzar y causan autoflagelaciones, dietas despiadadas, operaciones riesgosas, muerte y dolor, logra que no disfrutemos de nuestra sexualidad porque siempre estamos sospechadas de putas, rameras, y eso habilita que nos juzguen, violen y maten porque «se la buscó, por zorra». Logra silenciarnos y un ejemplo concreto son los países donde hay mujeres que no pueden estudiar, logra que todavía haya personas que no lean libros escritos por mujeres, que todavía haya empresas donde en los cargos más importantes solo haya hombres. Las personas que operan en la oscuridad son todas aquellas (no importa el género) que no luchan día a día para trascender este sistema opresor.
– T: La Hermandad responde a una estructura piramidal, ¿se puede decir que luego de ese apagón hay un regreso a la esclavitud con una estructura patriarcal donde volver al pasado es irremediable?
– A.B: Absolutamente. Me pregunté si era verosímil pensar que cuando la sociedad como la conocemos se destruyera siguieran reinando estos paradigmas despóticos. Y creo que podés cruzarte con gente compasiva, que quiera ayudar, pero imaginé cómo sería que el infierno sea ser salvada. Estudié sobre sectas y me pregunté cómo es posible convencer a una persona de lastimarse voluntariamente, de entregar todos sus bienes, o de dejar de ver a las personas que ama. Existen muchos mecanismos de manipulación, pero estos grupos coercitivos siempre apuntan a personas vulnerables, o en situaciones de duelo, de desamparo. Es por eso que, en «Las indignas», estas mujeres, que llegan de tierras arrasadas, sedientas, al borde de la muerte, son rápidamente cooptadas y deben adaptarse o morir, deben creer o ser castigadas.
-T: La religiosidad está presente como si se tratara de una secta o de aquellos tiempos de la Inquisición donde la religión era campo propicio para la persecución y la condena de quien pensara distinto.
– A.B: Hay un cuestionamiento sobre qué es Dios, dónde está lo sacro realmente, y por qué necesitamos intermediarios para conectarnos con el Todo (diosa, dios, misterio, energía creadora o el nombre que cada persona quiera usar). Desconfío de las religiones, y me cuesta creer en una institución que, por ejemplo, avale el terrorismo de estado, o donde las mujeres jamás lleguen a puestos de poder, o donde su Dios me diga que tengo que matar o torturar a personas que no creen en él, o que pregone la caridad y los votos de pobreza cuando en algunos países las iglesias son dueñas de propiedades que las transforman en las inmobiliarias más grandes del mundo y sus patrimonios son millonarios o que me digan que no me puedo enamorar de una persona porque es de mi mismo género. Son todas prácticas contradictorias con el mensaje del amor universal.
– T: La insistencia en el dolor y la crueldad prohíbe el placer fundamentalmente en el cuerpo de la mujer. ¿Hasta dónde crees que el placer es motor de la liberación humana? ¿Hasta dónde crees que el cuerpo de la mujer continúa estando vedado al placer, pese a todos los avances sociales y culturales que hubo?
– A.B: Más que el placer creo que el motor de la liberación humana es la elevación de la conciencia y el placer vendrá no desde el ego, sino desde la empatía con el otro y con uno mismo. Y como comentaba antes, a través del cuerpo es que se quiere lograr docilidad y aceptación de las mujeres. Desde las disciplinas de la dieta y el ejercicio que surgen como prácticas normativas de la feminidad, hasta el disciplinamiento del que habla Rita Segato ejercido por los violadores, que no son enfermos, sino que creen que «castigan un desacato», la violación es un ejercicio de dominación. Todo eso atenta contra un placer libre de miedos, culpas y mandatos negativos.
– T: La Hermandad surge luego de un apagón que, por el contexto remite al presente. Teniendo en cuenta tu anterior novela, ¿crees que el único destino es la autodestrucción?
– AB: Pienso mucho en el tema del tiempo, en lo complejo de comprender la idea de instante, de futuro, de presente, o del tiempo geológico y del tiempo cósmico. ¿El futuro es como la flecha del tiempo, es cíclico o es circular? No creo en el concepto de la eternidad de nuestra especie y en la novela la narradora reflexiona sobre eso, sobre cómo todo cambia, todo tiene un ciclo y nuestro planeta, al que considero un ser vivo, también va a morir. Esa muerte puede llegar antes por cómo nos estamos empeñando en destruirlo. Ya hay estudios que comprueban que respiramos microplástico y se estima que el peso del plástico en los océanos superará al de los peces para el año 2050, solo hay que ver la cantidad de ríos contaminados, la cantidad de bosques, humedales, espacios verdes perdidos por la tala indiscriminada para pensar que los carteles que afirman «somos la especie en peligro de extinguirlo todo» no están equivocados.
Volviendo al tema de la destrucción me permito imaginar que lo eterno es nuestra energía, nuestro espíritu, el espíritu de cada ser de nuestro planeta impregnado de la experiencia en esta vida, lo que hizo y cómo se vinculó con el resto de los seres. Solo espero que el tiempo de nuestra especie, de nuestro planeta, de mí misma, sea un tiempo en el que logremos aumentar la armonía. En lo concreto, y más allá de lo que imagino, me sumo a la tarea de aquellas personas que promueven más equilibrio, más armonía en el tiempo que nos quede.
– T: La inmolación de una persona en esta historia parece la prueba de que el amor no muere, pese a todo el mal.
– A.B: En «Las indignas» trabajo con el mal, con la crueldad, pero también con la que para mí es la fuerza vital más importante: el amor, aunque nunca se nombra la palabra en toda la novela. No comulgo con las religiones, pero sí creo en el Todo (Dios, para algunos) y elijo conectarme con el aspecto luminoso de esa energía. Creo que somos desprendimientos de ese Todo y cuando empatizo con otros seres siento que me estoy conectando con el Todo, e intenté trabajar con ese misterio en la novela. Es lo que decía mi admirada Sor Juana Inés de la Cruz (porque no todas las monjas me causan terror): «Al que trato de amor, hallo diamante y soy diamante al que de amor me trata».