Aunque el protagonista de «Once segundos» dice que ninguna descripción de la pobreza es equiparable a la fuerza y las sensaciones de la pobreza que experimentó en su vida, la novela logra esquivar las limitaciones del lenguaje para aproximarse a un mundo en el que las privaciones son inversamente proporcionales a las proyecciones de dos amigos que ven, en el fútbol y la literatura, un desvío posible para eludir algún día un destino probable de miseria y resignación.
«Es imposible que en palabras el hambre tenga la misma fuerza que el hambre de una persona», reafirma Aletto en torno a los límites de la escritura, unas de las tantas hipótesis agazapadas en la trama de la novela que yacen a la espera de lectores que no se conformen con seguir el relato generacional de dos amigos que comparten amores, frustraciones y proyectos. Para esta tipología de lector y lectora, el escritor reserva capas de significación adicionales, ya sea para poner en acción una teoría sobre la representación de roles en los sueños -que hace extensiva a la creación de personajes literarios- o para aludir al efecto de estetización de la literatura que diluye la experiencia real.
– Télam: El protagonista se cría en un entorno de privaciones y escasez. Su iniciación a la literatura lo expone a la sensación de lo inagotable y lo ilimitado: los libros parecen confrontarlo por primera vez a una abundancia que no había conocido hasta entonces. ¿Hubo algo del orden de la limitación y la precariedad que te empujó a la literatura, en tanto posibilidad de duplicarse ilimitadamente en otros universos?
-Carlos Aletto: En la novela, tenemos a un chico de doce años que se encuentra en la situación de tener que trabajar y buscar empleo, al menos al principio, antes de empezar la secundaria. Ese también soy yo. Es mi vida. Su familia decide que es necesario que trabaje, y él tiene sus primeras experiencias con empleadores que tienen una postura complicada con él. Esta situación me recuerda un poco a «El juguete rabioso» de Roberto Arlt, donde también hay un personaje maltratado, incomprendido y obligado a trabajar en un mundo de adultos cuando solo quiere jugar con sus amigos o estar en su casa.
Este personaje (como yo lo estuve) está inmerso en una tradición que hoy en día es difícil de encontrar, por suerte el trabajo infantil está mucho más protegido. Existe una obligación de que los niños vayan a la escuela. El Gordo no quiere trabajar. En algún momento, imagina una venganza con el patrón, en otros momentos decide abandonar los trabajos. Finalmente, encuentra su salida estudiando y escribiendo, ya que sabe que esto lo alejará del taller mecánico, de la obra, del maltrato de los empleadores, del frío, la arena y el agua escarchada que utiliza para hacer el pastón de cemento. Así que, en definitiva, es así: él se salva estudiando y siendo escritor.
– T.: Hay una escena entre onírica y teatral donde el personaje ve interactuar a otros que lo representan a él mismo y a algunas de las personas más gravitantes de su vida. ¿Qué supone para el Gordo tomar distancia de sus recuerdos y verse «representado» por otros?
-C.A.: En la novela presento una teoría sobre los sueños que sugiere que cuando soñamos, en realidad somos nosotros mismos disfrazados y actuando los personajes del sueño. Esto se debe a que en nuestro inconsciente creamos personajes y los interpretamos desde nuestra propia perspectiva. Por ejemplo, si soñamos con nuestra madre, el personaje de la madre es interpretado por nosotros mismos, ya que esa persona no está realmente presente en nuestro sueño.
Esta teoría también se puede aplicar a la creación de personajes en la escritura, ya que durante el proceso de escritura estamos creando personajes y los interpretamos a través de nuestra perspectiva. La escritura literaria puede pensarse como la creación controlada de un sueño. Por lo tanto, cuando un escritor crea un personaje, ese personaje es realmente una interpretación del escritor disfrazado.
En la novela, el soñador no llega a pensar que en realidad es él mismo interpretando a esa persona (y aquí subrayo la palabra «interpretación» en un sentido amplio). Por esta razón, en ese capítulo se escenifica esta teoría en la que se desenmascara a todos esos «yoes» que actúan durante la creación de la fantasía o los sueños. ¿Pero dónde sucede esto? ¿En un sueño? ¿En la fantasía de la escritura? Una pregunta que me hice en ese punto es ¿Quién es el protagonista? ¿Es también una interpretación?
– T.: El Gordo está obsesionado por las genealogías familiares, le promete a su abuela que va a indagar en «los pedacitos» que han heredado de sus antepasados y que legarán a sus descendientes ¿A qué hallazgos lo confronta esta búsqueda?
-C.A.: El protagonista encuentra en los libros de Historia la trascendencia de las familias ilustres, los héroes de esas familias, la historia de reyes y la nobleza, pero no ve la historia de las familias pobres, excepto en la Biblia, por supuesto. Por eso, en primer lugar trata de recuperar la historia explorando a sus antepasados en la memoria de sus abuelos. Desde joven, reconstruye como puede la historia de esos antepasados, todos eran personas analfabetas. Él encuentra información en los registros de las iglesias, en los censos y en el registro civil. Y cuando, buscando un dato de la madre de su abuela, se da cuenta de que es descendiente de Carlomagno, se encuentra con una paradoja: el gran fracaso del rey más importante de la historia europea es no haber aprendido nunca a escribir.
El gran motor de la novela es precisamente esto: contar la historia de su familia y amigos, algunos de los cuales ni siquiera pudieron terminar la escuela primaria. Rescatar a sus seres queridos del futuro olvido y, si puede, también alguna parte de sus antepasados en esta novela. El protagonista se pregunta «¿Quién escribe la historia de aquellos que no escriben?» y siente que puede conseguir las herramientas para hacerlo y se convierte en escritor.