El historiador italiano Carlo Ginzburg, uno de los referentes de la corriente metodológica de la microhistoria, recibió el doctorado Honoris Causa de la Universidad de Buenos Aires en la Facultad de Filosofía y Letras ante un auditorio colmado y ofreció una conferencia en la que dio indicios de su recorrido en la profesión, sus filiaciones intelectuales y el impacto de la persecución que sufrió en la infancia por su condición de judío.
Con la laudatio a cargo del historiador del arte José Emilio Burucúa, que realizó una presentación exhaustiva sobre la relevancia e influencia de los textos del ensayista, se entregó ayer el doctorado a Ginzburg, en una ceremonia que contó con la presencia del rector de la Universidad de Buenos Aires, Ricardo Gelpi, el decano de la facultad Ricardo Manetti y la vicedecana Graciela Morgade, además de estudiantes, docentes e invitados.
«Nací en una familia de judíos secularizados (no asimilados) de ambos lados, paterno y materno, aunque, dado que la madre de mi madre no era judía, tampoco yo, técnicamente, lo soy, aunque ciertamente lo era para los nazis. De la persecución que me ha hecho un niño judío tengo recuerdos muy vivos. Pero ni la religión judía ni el hebrero han sido parte de mi educación», destacó el autor de «El queso y los gusanos», el libro que rescata del anonimato al molinero Domenico Scandella, más conocido como Menocchio, y con la que selló su aporte fundamental a la microhistoria.
Durante su exposición, titulada «Leer entre líneas», Ginzburg se refirió a la tradición midráshica que -según confesó- moldeó su forma de leer los textos y repasó las influencias que tuvo en su formación intelectual: Sigmund Freud, Marc Bloch, Leo Spitzer, Erich Auerbach, Aby Warburg, Ernst Gombrich, Erich Panofsky, Arnaldo Momigliano y Leo Strauss, todos judíos, que estuvieron en el centro de la cultura del 1900.
«¿Por qué los cito? Por una razón muy simple: me pregunto si un eco de los comentarios a la Biblia y al Talmud, que habría influido en mi manera de leer los textos, podría haber llegado indirectamente de alguno de ellos», planteó.
En su ensayo profuso en citas y autores, Ginzburg repasó la figura del historiador Delio Cantimori, docente de uno de los primeros seminarios a los que asistió en Pisa en 1957, quien le enseñó a leer entre líneas, una personalidad «paradojal» por sus posturas políticas ante su asociación al fascismo italiano y luego su pertenencia al comunismo.
El historiador citó como claves la ambigüedad, el nicodemismo (simulación y disimulación religiosas del siglo XVI en Europa), en paralelo a la estrategia de escribir entre líneas para evitar «restricciones» y «persecuciones»; y destacó las perspectivas que convergieron en la trayectoria que lo llevó a la microhistoria: «el estudio de casos anómalos, leídos entre líneas».
Considerado el historiador vivo más importante y uno de los impulsores de la corriente de la microhistoria nacida en la década de 1970 en Italia, Ginzburg es un erudito que analiza a partir del estudio de relatos singulares desentrañando esas distancias de siglos que lo llevan a reconstruir la historia desde el lugar de las víctimas.
Centrado en las clases subalternas, como el molinero Menocchio -sobre el que encontró en los 60 una referencia que lo llevó a desentrañar los juicios de este protagonista del popular libro «El queso y los gusanos» (1976), una historia que dice haber hallado en «un encuentro casual» . Así, este molinero del pueblo, que tenía su concepción particular del mundo y era «muy suelto de palabra», terminó en la hoguera inquisitorial en el 1600. También están los juicios a la campesina Clara Signorini y las brujas, la tortura, y esas concepciones del mundo tomadas por herejía, entre otros.
El historiador rescata las tensiones político sociales de las épocas que estudia, pero por sobre todo desde la «lectura a contrapelo» -término que toma prestado del filósofo judío alemán Walter Benjamin-, desde donde otorga voz de aquellos que fueron silenciados o perseguidos.
Nacido en la ciudad de Turín en 1939, hijo de la escritora y política Natalia Levi y el filólogo y docente de literaturas eslavas Leone Ginzburg (asesinado por el facismo en 1944), cursó sus estudios de grado en la Scuola Normale Superiore di Pisa, la institución académica más prestigiosa de Italia. Fue docente en las universidades de Roma, Bolonia, Lecce, la UCLA en Los Ángeles, Harvard, Yale y Princeton, en el Warburg Institut en Londres y en la École Pratique des Hautes Études en París, y Pisa de donde se retiró en 2010, recibió premios y continúa su labor de investigación.
Más allá de la trascendencia de la labor de Ginzburg en la historia europea, en Latinoamérica su impacto es mayor y de allí la importancia del reconocimiento. Sus aportes para leer la historia comprenden distintas disciplinas como la literatura, antropología e historia del arte y resulta indispensable en el plano metodológico ante «estudios que reclaman una revisión urgente especialmente en lo referido al comparatismo intra-americano e interdisciplinario», como destaca la doctora en letras Marcela Croce, impulsora del doctorado y directora del Indeal.
«Páginas como el prólogo a ´El queso y los gusanos´ o la exposición del ´paradigma indiciario´ en «Mitos, emblemas, indicios: morfología e historia» representaron verdaderos cambios de paradigma en diversas áreas», dice Croce.