ESPECTÁCULOS TELAM – (Por Sergio Arboleya) A 17 meses de su anterior paso por Buenos Aires –entonces con una saga de seis Gran Rex- y ahora en el primero de dos conciertos en el porteño Movistar Arena que cierran un tour local que antes lo devolvió a Córdoba y Rosario, Jorge Drexler expuso los motivos para celebrar su presente artístico con una amorosa y sabia propuesta.
Feliz, gratificado e inmerso en un clima de cómplice devoción, el artista uruguayo radicado en España hace 18 años animó su más grande presentación porteña y se ratificó como una voz singular en el Olimpo de la canción hispanoamericana.
Con el laureado repertorio de “Tinta y tiempo” (su 13° disco en tres décadas de actividad) como referencia pero sin el peso de tener que ser presentado como sí sucedió en la serie de mayo de 2022, Drexler volvió a reafirmar la pulsión romántica de su cancionero en un juego capaz de cierto abuso de dulzura pero, a la vez, revelador e inspirado para dar cuenta de un asunto tan maltratado en la música actual.
Con el mismo fantástico elenco que lo viene acompañando para poner en vivo su más reciente álbum, la experiencia de estrenarse en un reducto donde tuvo la mayor convocatoria en el país, redujo cierta teatralidad que distingue a sus puestas sonoras.
Pero a falta de rincones, gestos mínimos y contraluces, se armó una velada de guitarras y emociones al frente en una contundente experiencia de banda que la audiencia –con una mayoritaria presencia femenina dispuesta a declamar las pasiones que despierta- gozó tanto como quienes la encarnaron sobre el despojado escenario.
Apenas un telón de fondo blanco sobre el que se proyectaron unas pocas luces acompañó al conjunto dispuesto en semicírculo y en el que el anfitrión jugó con soltura escénica cantando con precisión y tocando guitarras varias, además del cuatro que introdujo con gracia durante la interpretación de «Plan maestro», pieza que abrió la noche pasados 15 minutos de las 21.
Antes de esa canción inaugural y tal como había sucedido en el Gran Rex, el espectáculo tuvo como introducción un mensaje de audio de su prima Alejandra Melfo quien da clases de Física en la Universidad de los Andes en Mérida (Venezuela) donde ella reflexiona acerca de
“todo lo que implica haber inventado el amor y el sexo” y que entonces dio contexto y marco a “Tinta y tiempo”.
Sobre ese filo de las relaciones y la ciencia, Drexler tejió un contundente programa de canciones capaces de desnudar cuánto lo ocupan esos asuntos y el talento de orfebre que lo colma para plasmarlos en obras de acabada belleza.
“Toqué por primera vez en Argentina hace 25 años y este es el show más grande que hago aquí. Es una locura y una demencia y ustedes lo hicieron posible”, agradeció saludando de nuevo después de “Deseo” (segunda estación del viaje) e iniciando una cálida y dialogada manera de abordar los pasajes propuestos.
Como ejemplo de esa práctica fue capaz de defender la teoría de «Corazón impar» (“Te propongo apenas/que juntemos soledades/
Cada naranja tendrá ella sola/sus dos mitades”) e inmediatamente entonar “Fusión” que, alertó con picardía, “dice exactamente lo contrario de la anterior” (“¿Dónde termina tu cuerpo y empieza el mío?/A veces me cuesta decir/siento tu calor, siento tu frío/Me siento vacío si no estoy dentro de ti”).
En ese tránsito repuso «Me haces bien» sobre la que apuntó: “Fue lo más parecido a un hit que hice, pero terminé de conocerlo cantada en vivo por Mercedes Sosa” y parafraseando su título dijo: “Me hace mucho bien Buenos Aires”, ciudad donde al mediodía del viernes, además, recibió en el Templo Libertad el Premio Libertad, un símbolo de la comunidad judía “por su sobresaliente trayectoria y su compromiso inquebrantable con la sociedad”.
Al momento de «Oh, algoritmo», con una temática burlona que es una rareza entre sus creaciones y que incluyó un enorme círculo verde como escenografía y referencia a la plataforma digital Spotify a la que alude explícitamente sin nombrarla, confió con delicado estilo: “me va a dar un poco de vergüenza rapear porque está Wos en la sala”.
Otro logrado momento se produjo con la remozada visita a «Tinta y tiempo», suerte de ritual contenido e incendiario a la vez entre baguala y bulerías que por casi cinco minutos cambió el ambiente con su ruego: “Lo que dejo por escrito/no está tallado en granito/Yo apenas suelto en el viento/presentimientos/Pido lo que necesito/Tinta y tiempo, tinta y tiempo”.
Sentado solo al borde del escenario con una guitarra criolla, el músico de recientes 59 años, protagonizó otro pasaje climático abordando su homenaje de gratitud a Joaquín Sabina quien lo impulsó a viajar a España en «Pongamos que hablo de Martínez» y propuso que “hagamos como que estamos en el Club del Vino hace unos años” para que el público elija alguna canción y la selección recayó en
«Los transeúntes» (de su placa “Amar la trama”, de 2010).
Ese pasaje incluyó “Soledad”, «Milonga del moro judío» (“Perdonen que no me aliste/bajo ninguna bandera/Vale más cualquier quimera/que un trozo de tela triste”) y «Salvapantallas» que mientras era ejecutada no disimulaba la colocación de unos paneles translúcidos donde el conjunto se ocultaría parcialmente para acompañar desde pads y samplers las versiones de «La edad del cielo», «Guitarra y vos» y el cruce entre «Nominao» y «Tocarte».
A partir de «Bolivia», a la que presentó como “una canción de amor a un país” por la historia de sus abuelos y su padre que pudieron huir del nazismo a través de la única embajada que atendió aquella catástrofe y que derivó hacia una cumbia festival la formación retornó a sus puestos.
Con Javier Calequi (guitarra eléctrica, bajo y coros), Meritxell Neddermann (pianos y coros), Carles “Campi” Campón (bajo, loops, samplers y coros), Borja Barrueta (batería y coros), Gala Celia (percusión) y las imponentes voces de Alana Sinkëy y Miryam LaTrece, Drexler cerró su actuación asumiendo “Sea”, «Bailar en la cueva», «Movimiento» y «Todo se transforma», entre otros clásicos.
La actual visita argentina de este exquisito cultor de la canción tendrá este sábado una última ronda en el mismo estadio del barrio porteño de Villa Crespo con capacidad para unos 15.000 asistentes.